Primeros pasos

Mi infancia musical empezó con un recuerdo simple pero marcante: escuchar a Dyango en la radio y quedar fascinada con la introducción de violín. Le pregunté a mi mamá qué instrumento era y cuando le dije que quería tocarlo, me dijo que no era “inteligente para eso”. Tenía seis años, pero esa semilla no se apagó. Sin poder estudiar música formalmente, inventaba mis propias teorías musicales — que con el tiempo supe que no funcionaban — pero esa creatividad rebelde sigue siendo parte de mí.

Estudios

Estudié violín en dos universidades diferentes, siempre bajo la sombra de que “con violín no iba a comer”. Paralelamente cursaba otra carrera, y cuando decidí que la música era lo que realmente quería, la pandemia y la pérdida de mi mamá me obligaron a pausar todo y a reinventarme. Dejé los estudios, pero nunca la música, que siempre me salvó.

De la música clásica a la música urbana

Volví al violín en una academia privada, donde una profesora sabia me recomendó dejar la música clásica y explorar otros estilos. Durante un año me alejé de la música formal y me sumergí en listas infinitas de YouTube, hasta que descubrí el K-pop.

El K-pop me atrapó por su libertad absoluta: no se ata a géneros ni reglas, y me permitió empezar canciones por donde quisiera, ya sea un rap, un estribillo o cualquier idea que tuviera. Eso me llevó a estudiar composición desde otro lugar, no tanto la teoría clásica que ya conocía, sino una forma más libre y personal de crear, que potenció todo lo que pasa por mi mente.

¿Qué espero de la música?

Cuando compongo no pienso demasiado en qué quiero transmitir, simplemente lo hago. Sé que mis canciones están cargadas de emociones reales y que, cuando alguien elige una composición mía, se lleva algo que es suyo, no mío.

Estoy buscando constantemente mi identidad artística, mutando, transformando y explorando. Me atrae lo dark pop, lo dramático, la intensidad y la música que no teme a la oscuridad.

Gracias por estar acá. Nos vemos en tu canción.